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Blanca Duarte de Alvarez Rodríguez
Diciembre, 1997

Mucho se ha escrito sobre mi hermana Eva y sobre nosotros “los Duarte” sin tener en cuenta que sólo un pequeñísima grupo de parientes, amigos, y nosotros, su familia conocíamos esa historia, puesto que pertenecía y pertenece a nuestra intimidad. Esos hermosos recuerdos que tanto disfrutamos de compartir en familia, en los pocos momentos que se permitiera Eva, por su intenso trabajo, en esos siete maravillosos años de amor, se fueron con ella cuando el Señor la llamó, y quedaron en nuestra familia, junto con la promesa de difícil cumplimiento que Eva arrancara a Mamá, extensiva nosotros, de no contestar agravios.
Si una alegría grande me regaló el Señor en mis 87 años, es que la mayor de mis nietas, Cris, liberada de promesas, quiere que se conozca nuestra hermosa y verdadera vida.
Digo hermosa, no por lo fácil, sino por el amor y la unión indestructible que ligara a Juan Duarte a Juana Ibarguren y a nosotros sus hijos, Elisa, yo Blanca, Juan, Erminda y Eva. Se agolpan los recuerdo en mi mente, tendría tanto para contar, pero considero interesante compartir con uds. estos años de mi vida.

Comienza el año 1927, desde la muerte de Papá, Mamá, con la Blanca Duarte as a young womanayuda de Elisa en el Correo, debió incrementar su trabajo en jornadas larguísimas y así lograr manten er a su pequeña tribu, como ella nos llamaba. Era mi deseo, ya concluída mi escuela primaria, continuar con mis estudios.
En Los Toldos no había forma de hacerlo, ya que no había escuelas secundarias.

Un primo de Mamá, Prudencio Ibarguren, rápidamente se convirtió en mi aliado y durante mucho tiempo insistió a Mamá, junto conmigo, para que esto fuera posible. Finalmente lo permitió porque ella también quería que yo progresara.

A Mamá le costaba separarse de sus hijos, quería tenernos a todos juntos, protegidos; nos amaba tanto. Pero mis insistentes ruegos y Prudencio hicieron posible que me llevara a Bragado para que cursara mis estudios en la escuela Normal Nacional.

Magdalena, la mamá de Prudencio, y sus hijos, Teresa, Pedro y Oscar, me recibieron como una hija más de esa familia, pero eran infinitos los consejos que Mamá y mis hermanos me habían dado antes, durante, y ya en Bragado, de cómo debía portarme, de lo que debía hacer, en fin tantas recomendaciones. Fui la primera que fui de mi casa. Así comencé mis estudios en ese año 1927, en la Escuela Nacional, integrada en el hogar de los Ibarguren, bajo la atenta mirada de Magdalena y sus hijos.

No se borrara de mi memoria el primer día de clases, las palabras de la Directora Rosa Reguera, reemplazada cuando se nacionalizó por la Señora Blanca María Luisa de Oyer y esas compañeras que, si bien me acuerdo del nombre y a pellido, no las puedo nombrar a todas, pero quiero rescatar a Cora Duhalde, Euidosia Ipacagueire, Angelita Fossati Ruiz, Felisa Llorente, Carmen Saldaño y Adela Puzzo. Hoy muchas se han ido, pero increíblemente las que quedamos vivas, hoy como ayer y como siempre seguimos hablándonos y permanecemos unidas por esa noble vocación docente y una formación de excepción.

Mamá y mis hermanos se mudan a Junín porque Elisa fue trasladada al Correo el 2 de agosto de 1930. Mamá me exigió que volviera a su lado.

Blanca watches her daughter, Eva, paintTodo el tiempo que permanecí en Bragado cada quince días Mamá o alguno de mis hermanos venían a verme o yo viajaba a Los Toldos cuando había algún feriado, porque por esas épocas se iba al colegio hasta los sábados. A pesar que fui inmensamente feliz durante esos años, extrañé mucho a los míos. Recuerdo con emoción y con tristeza el día de la despedida y la fiesta que me hicieron. Pero Mamá había dado la orden que sus hijos debían volver a estar todos juntos.

Regresé ese 2 de agosto, finalicé mis estudios ese mismo año en Junín y apenas concluídos, por mis clasificaciones, Monseñor Serafín me entregó un nombramiento en el Colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones. Ya en esos tiempos el trabajo de Elisa en el Correo, el de Juan, y el mío lograron la maravilla que Mamá pudiera descansar del intenso trabajo en su máquina de coser. As í la familia vivió en Junín. Pasaron los años y mi hermano comenzó la conscripción, tocándole como destino el distrito de la Capital Federal.

Por las tardes en la casa de música del Primo Iraní que ponía altoparlante en la esquina, la voz de Eva salía al aire recitando un amplio repertorio con ese convencimiento y profesionalismo que la ayudaría luego a conquistar la Capital siendo artista. Ella tenía una marcada vocación artística desde muy chiquita. En un principio todos creíamos que no pasaría de ser el sueño de una niña. Pero su empecinamiento por lograrlo acarreó no pocos disgustos en casa. Mamá se oponía para protegerla.

Eva quería ir a la Capital a presentarse en un concurso de declamación para aficionados. Era imposible disuadirla de su determinación, ya que esa voluntad imbatible que la caracterizó toda su vida hizo que insistiera e insistiera.

Al principio recibió por parte de Mamá un no rotundo pero [escuchó] los reiterados pedidos del doctor José Alvarez Rodriguez, que era Rector del Colegio Nacional de Junín, un extraordinario ser humano, un excelente conductor de jóvenes, hermano de quien años más tarde sería mi esposo, Justo.

El consejo del doctor fue, “Ningún padre tiene el derecho de torcer la vocación de sus hijos. Si sirve, ud. tendrá que dejarla; si no, ud. volverá contenta pues la acompañó.”

Aún recuerdo el disgusto de Mamá y el clima de nervios y tristeza que había en casa el día que acompañó a Eva a Buenos Aires. Eva, por el contrario, iba segura y confiada.

Blanca with her daughter, EvaCuando esa tarde Elisa, Erminda y yo escuchamos la audición en homenaje a la Ciudad de Bolívar, grande fue la sorpresa al escuchar su voz, con la poesía de Amado Nervo, “Adónde van los muertos.” Todo salió tan bien que Pablo Osvaldo Valle, director de la radio, la convocó, junto a Mamá, desde el estudio a su despacho, y Eva firmó un pequeño contrato que hizo inevitable su permanencia en Buenos Aires.

Mamá volvió a Junín, furiosa con el Rector y con todos nosotros.

Eva sólo volvería a Junín para algún compleaños o cuando alguien estaba enfermo, trabajando incansablemente para conquistar la Capital, compartiendo con Juan, nuestro hermano, esa primera época. Luego, en el año 1936, mi hermana Elisa se casó con el Mayor Alfredo Arrieta y fue también a vivir a Buenos Aires, por lo que Eva estaría más acompañada y Mamá más conforme y tranquila.


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